A los cincuenta días de haber celebrado la Pascua de nuestro Señor Jesucristo en la Iglesia celebramos la fiesta de Pentecostés, es decir, la fiesta del Espíritu de Dios, del Paráclito, del Espíritu de la verdad.

Este Espíritu nos revela la verdad sobre Dios. En el Catecismo de la Iglesia Católica se nos recuerda que Jesús, cuando anuncia y promete la venida del Espíritu Santo, le llama «Paráclito», literalmente «aquel que es llamado junto a uno (advocatus (Jn 14,16-26; 15,26; 16,7). «Paráclito» se traduce habitualmente por «consolador», siendo Jesús el primer consolador (cf. 1Jn 2,1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo «Espíritu de Verdad» (Jn 16,13).

Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo.

El profeta Elías que «surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha» (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo (cf 1R 18,38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca.

San Juan Bautista, «que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías» (Lc 1,17), anuncia a Cristo como el que «bautizará en el Espíritu Santo y el fuego» (Lc 3,16), Espíritu del cual Jesús dirá: «He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!» (Lc 12,49).

Bajo la forma de lenguas «como de fuego» es como el Espíritu Santo se posó sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2,3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). «No extingáis el Espíritu» (1Te 5,19).

El día de Pentecostés se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los «últimos tiempos», el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado.

«Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado» (Liturgia bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado también en las liturgias eucarísticas después de la comunión).

La verdad de la que aquí se trata es la verdad de Dios tal y como ésta se ha revelado: que Dios es amor y en que Dios Padre ha amado al mundo hasta el extremo de sacrificar a su propio Hijo. Es el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo quien procede del amor infinito entre el Padre y el Hijo, quien nos revela cuán insondable e inconcebible es este amor eternal.

 

P. Carlos Balderas, S. de J.

 

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