Imagen: Milagro de San Ignacio (detalle, ca. 1617), Peter Paul Rubens.
Con ocasión de la fiesta de San Ignacio, queremos destacar un aspecto de la espiritualidad del santo de Loyola en los Siervos de Jesús.
El artículo 6 de nuestras Constituciones reconoce y explica la paternidad espiritual de San Ignacio de Loyola sobre los Siervos de Jesús. Esta paternidad es parte tanto de la historia de nuestro fundador, el P. José Manuel Pereda Crespo –que recibió formación religiosa de los jesuitas– como de la de nuestro instituto que desde sus inicios ha dado gran importancia a los Ejercicios Espirituales:
Teniendo como fin la mayor gloria de Dios, los Siervos de Jesús ponemos bajo la paternidad espiritual de San Ignacio de Loyola el seguimiento del Señor que estamos llamados a vivir y lo configuramos según el modo de proceder que aquél propone en sus Ejercicios Espirituales. Por ello consideramos esenciales elementos como: la contemplación de la Palabra de Dios, especialmente de los misterios de Jesucristo, nuestro Señor, para más amarle y seguirle; la conversión permanente; el servicio apostólico y sacerdotal; la obediencia a la Santa Madre Iglesia jerárquica; permaneciendo siempre en el discernimiento de espíritus (Constituciones de los Siervos de Jesús, art. 6).
El artículo reconoce a San Ignacio como un verdadero padre espiritual, es decir, alguien que no se señala a sí mismo, sino que nos indica a nuestro Señor –que es quien nos ha llamado– y nos enseña a amarlo y seguirlo, buscando siempre «la mayor gloria de Dios».
Se señala como esencial para los Siervos de Jesús la contemplación de la palabra de Dios, con especial énfasis en los misterios de Jesús «para más amarle y seguirle» (EE 104). Esto, inseparablemente unido –en el espíritu de la primera semana de los Ejercicios– a la conversión permanente, nos permite realizar un servicio concreto en la Iglesia: «apostólico y sacerdotal», buscando vivir en la obediencia eclesial y en el discernimiento de espíritus.
«… más amarle y seguirle»
Todo esto tiene como punto de apoyo un aspecto esencial de la espiritualidad ignaciana: «para más amarle y seguirle». Para san Ignacio, Dios es siempre más grande, siempre mayor, por esto insiste en amar y seguir siempre más a Jesús, quien siempre tiene más para darnos, y siempre desea dársenos más. Para esto es necesario «conocimiento interno del Señor» (EE 104), es decir, estar con él, conocerlo íntimamente, tener familiaridad con él, decidirnos por él, darle acceso a nuestro corazón y contemplar el suyo, dejarnos introducir en su «modo de proceder», aceptar la amistad que nos ofrece y vivir entre nosotros ese misterioso ser «amigos en el Señor».
Este conocimiento interno y personal que, en contraposición a un conocimiento meramente externo y funcional, conduce a ese «más amar y seguir» al Señor, tiene la potencialidad de transformarnos de tal manera que Jesús sea reconocible en nosotros: «vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi» (Gal 2,20). Al mismo tiempo nos hace reconocer que somos pecadores y, sin embargo, somos llamados por el Señor a estar con él, amarlo, seguirlo y servirlo: «quien quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo, para que, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria» (EE 95).
Recordemos el llamado que recibimos
Cada Siervo de Jesús tiene que recordar continuamente el llamado que recibió y agradecerlo, para que, «enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad» (EE 233), con una entrega confiada en él. En esto, como nos enseña el Papa Francisco, tenemos que ponernos en la escuela y bajo la intercesión de María para «que Ella, que fue la primera y más perfecta discípula de su Hijo, nos ayude a dejarnos conquistar por Cristo para seguirle y servirle en cada situación» (Homilía, 31 de julio de 2013).
P. Luis Guillermo Robles, S. de J., Vicario General de los Siervos de Jesús