Imagen: Virgen con el Niño (Pedro de Mena). Madera policromada. Foto: © Colección Granados y Museo del Prado.
Una vez más la Madre Iglesia nos concede celebrar el nacimiento de nuestro Salvador, acercarnos al pesebre para aprender a ser hijos y confiadamente balbucear «Padre nuestro».
El Niño Dios interpela nuestras vidas. La Navidad nos muestra el misterio de Dios velado por la frágil carne del niño envuelto en pañales. Y nos trae un anuncio de salvación y cercanía de Dios que cambia nuestras vidas. Como ha dicho el Papa Francisco en otra ocasión:
A menudo se oye decir que la mayor alegría de la vida es el nacimiento de un hijo. Es algo extraordinario, que lo cambia todo, que pone en movimiento energías impensables y nos hace superar la fatiga, la incomodidad y las noches de insomnio, porque trae una felicidad grande, ante la cual ya nada parece que pese. La Navidad es así: el nacimiento de Jesús es la novedad que cada año nos permite nacer interiormente de nuevo y encontrar en Él la fuerza para afrontar cada prueba. Sí, porque su nacimiento es para nosotros: para mí, para ti, para todos nosotros.
La Navidad muestra un misterio que es una apuesta confiada por el Señor que cumple su promesa, que no defrauda. Una esperanza —especialmente en este Año Jubilar— empeñada en la aceptación del salvador que Dios nos envía tal y como nos es dado, no según nuestra imaginación o apetencia. Un salvador que nace en la pobreza y abraza la cruz.
Finalmente, la Navidad nos invita otra vez a un seguimiento incondicional para hacer brillar el amor infinito que Dios nos muestra en su Hijo. Y cuya estrella convoca a todos los pueblos a ser su familia: la Iglesia.
Acerquémonos al pesebre, ese pesebre, «pobre en todo y rico de amor», que nos enseña que el alimento de la vida es dejarse amar por Dios y amar a los demás con la sencilla alegría de los pastores y la sabia obediencia de los Magos.
Así como María proclama la grandeza de Dios en la humillación de su sierva, también nosotros recibamos al Niño para ponernos al servicio del Señor y de sus planes, al servicio del Amor. Acerquémonos al pesebre con plena confianza. No le tengamos miedo a Dios.
Por P. Enrique Guillermo Herrera, S. de J.